Philip Guston

Al día siguiente, al mediodía:
entrar
en el estudio, cerca del mediodía,
abrir la puerta solamente, descubrir

qué hice anoche, ayer tarde, contemplarlo:
en el misterio.
Aquella mañana al desayunar
la luz caía tumultuosa, la ventana abierta.

Anoche sí que sé lo que hice. Lo que pinté.
Bajé mucho, cada día más hondo. Como
nunca. Habré de averiguarlo, luego.

Tocó el lechero. Abrí la puerta. Se
saludaron. Pagó la mercancía.

Posiblemente no haya un pintor, dijo,
que descienda hasta el fondo. Toque tinieblas.

Palpe el horror. Y tenga muchísimo cuidado
consigo mismo. De volver. A ver qué dura.

Abrió la puerta del estudio:
era el primero que veía aquello.
En el asombro.
Allí pintado, verlo,
empujaba despacio no sé qué se sabía.
Pero ahí está el lienzo. Ahí.
Y él dispuesto a comenzar de nuevo
(en lo desconocido) lo no visto.

Un hombre que pinta solamente,
terrible, cada noche, lo que no se ve.

En absoluta desobediencia, 1989

Piedra del sueño
«Red blanket», Philip Guston

Cuando la piedra silenciosa acaba
en el sueño, limita sola donde
la cama, en fin, la manta levantaba
girando la cabeza que se esconde.

La cantidad soñada terminaba
aquí (detrás del parecido), adonde
se la veía apenas, pues callaba;
con sólo respirar así responde.

No miro más en ella; duerme sola
aquella habitación, dulce cabeza
encrestada detrás como una aurora

de entrelazados rizos, larga ola
que bate craneal y despereza
su media sien: tapada se enamora.

Efigie canaria, 1994